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Mario Alejandro Valencia
Algunas personas se han tomado muy en serio su papel de técnicos matemáticos de la economía, creyendo que la realidad consiste solamente en números, estimaciones y proyecciones. Están tan inmersas en una fantasía cuantitativa que, sin sonrojarse, se atreven a plantear que las vidas humanas son un costo para el sistema.
Un ejemplo de lo anterior tiene que ver con el sistema de seguridad social. Más de la mitad de los adultos mayores de Colombia sobreviven en condición de pobreza. Analistas deducen que es resultado de decisiones irracionales por no ahorrar. No importa el contexto social, la construcción cultural, solo la tabla en Excel que muestra, con cálculos sofisticados, que si no ahorra un monto determinado, no se pensiona. Además, plantean que estos malos ahorradores se han convertido en una carga para el resto de la sociedad y que la solución es darles unas limosnas, siempre que no generen un impacto significativo en las finanzas públicas.
En realidad, la pobreza no es una decisión óptima individual. Nadie, a menos que sufra de alguna patología psicológica, considera que el ideal de vida es no comer adecuadamente, no vestirse, ni tener vivienda. Aunque la narrativa de estos operadores de datos haya convencido a muchos de las ventajas de reducir las medidas de bienestar, es cada vez más evidente que el funcionamiento del mercado necesita una alta dosis de corrección. Explico.
Maximizar los beneficios de las empresas consiste en la búsqueda permanente del incremento de la productividad por medio de la reducción de los costos. Si, arbitrariamente, establezco que la seguridad social es un costo, la recomendación obvia será reducirlos. El problema con esta lógica es que sí es posible reducir los costos, pero las necesidades humanas no desaparecen en las hojas de cálculo.
La construcción de un entorno propicio, la reproducción biológica, garantizar una crianza adecuada y entregarle al mercado mano de obra, es una labor costosa que alguien en la sociedad debe asumir. Si no se hace, desaparecen las condiciones óptimas de la reproducción y el mercado no recibe las personas necesarias para que el aparato productivo funcione. Las máquinas no se fabrican solas, no se operan solas ni se hacen mantenimiento a si mismas. La concepción de un sistema económico abstracto, que tanto defienden los tecnócratas, existe solamente si hay personas e instituciones. La consistencia macroeconómica y la sostenibilidad financiera, inventos propios de nuestra especie, no existen en el desierto ni en la selva inhóspita y deshabitada. Solamente existen en la interacción social humana.
Seguir pensando en costos y no en personas nos está llevando a una catástrofe social y ambiental que cumplirá el sueño de algunos expertos en negocios, que no economistas: eliminar las distorsiones financieras provocadas por estar vivos
Publicado originalmente en: https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/mario-valencia/cuanto-cuesta-una-vida/